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Le Havre, los impresionistas y la ciudad impresionante

Aunque algunos de los grandes momentos de Le Havre se sitúan en el XIX, el siglo XX resulta definitivo para crear la entidad que hoy es la puerta del Sena al mar. 

La belleza de su paisaje y sus alrededores fue plasmadas por pintores impresionistas como Monet, Pisarro, Renoir, Sisley, Boudin o Raoul Dufy.

Así quedaron en sus cuadros Etretat, Deauville, Honfleur y la un poco más lejana Giverny donde Claude Monet vivió durante 42 años.

Con el comienzo del siglo XXI vinieron las obras de grandes arquitectos, como Jean Nouvel, Reichen y Robert. Así hasta hacer realidad el calificativo “Le Havre, Manhattan sur mer”, 

Porque en el siglo pasado Le Havre murió y nació de nuevo. 

En septiembre de 1944, cuando París llevaba liberado desde el mes anterior, los alemanes se negaron a rendirse aquí. 

Los Aliados descargaron su arsenal en el puerto y en la ciudad. 

Ciudad bombardeada y Patrimonio de la Humanidad

348 aviones británicos lanzaron el 3 de septiembre 1,820 toneladas de bombas explosivas y 30,000 incendiarias sobre el Sudoeste de la ciudad. 

Repitieron el 6 de septiembre con 1,458 toneladas de bombas explosivas y 12,500 incendiarias en la parte Este. El centro quedó arrasado, el 80 por ciento de los edificios fueron destruidos.

Solo el teatro se mantuvo en pie, 

Años después, gracias al impulso del escritor, aventurero y ministro André Malraux la ciudad comenzó a transformarse y renacer.

El responsable fue el arquitecto Auguste Perret con la colaboración de otra docena de colegas. 

Más de 50 años después de su muerte, Le Havre pasó a formar parte del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, que destaca “la excepcional unidad e integridad de su plan de reedificación. 

La reconstrucción de esta ciudad es un notable ejemplo de aplicación de los principios de arquitectura y planificación urbanística de la postguerra.

La base fue la unidad metodológica, el uso de elementos prefabricados, el recurso sistemático a una trama modular y la explotación innovadora de las posibilidades del hormigón.

El impulso de Auguste Perret

Entre las obras más representativas de Perret destaca la iglesia de Saint-Joseph. Es una catedral futurista concebida como memorial a los caídos, en la que derrochó su pasión por el hormigón armado del que empleó 50,000 toneladas.

Perret lo consideraba tan bello como la piedra y más adecuado durante la estrechez económica de los años cincuenta. 

Los impresionantes vitrales de la artista Marguerite Huré, (nada menos que 12,768) están formados por pequeños cristales en 50 matices de verdes, rojos, violetas, amarillos, naranjas y blancos.

Ellos aportan un ambiente diferente según la hora del día y destacan la verticalidad de la obra de Perret.

Muy cerca está otro de los iconos de la ciudad. Esta vez obra del arquitecto brasileño Óscar Niemeyer, quien contribuyó al patrimonio arquitectónico de la ciudad con Le Volcan, erigido en 1982. 

Fue un encargo del Partido Comunista Francés, que gobernó la ciudad durante tres décadas y la convirtió en uno de sus principales feudos.

Este complejo cultural consta de dos unidades independientes en forma de volcán, un centro de convenciones y un espacio escénico. También incluye una espectacular biblioteca. 

En la misma zona está el lugar donde Monet pintó el mítico lienzo “Impresión sol naciente”. 


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Le Havre y sus alrededores

Por cierto que en distintos rincones hay carteles con reproducciones de algunos de las pinturas que los impresionistas plasmaron al aire libre en la ciudad y sus alrededores. 

Algunos de los originales se encuentran en el MuMa, Museo de Arte Moderno André Malraux. Este cuadrilátero de cristal en primera línea de mar que expone obras de Renoir, Pissarro, el mismo Monet o Raoul Dufy, entre otros muchos. 

Es la segunda colección impresionista de Francia después de las de París.

Nada más salir del MuMa se puede admirar el “Catène de containers”, dos arcos hechos con 36 contenedores obra del artista francés Vincent Ganivet.

La escultura, de 13 metros de alto y 230 toneladas de peso destaca por su colorido y se ha convertido en un emblema de la ciudad. 

El paseo puede proseguir hacia los muelles industriales, ahora convertidos en zona comercial y de ocio. 

Entre centros comerciales y salas de conciertos destaca el complejo acuático de los Bains des Docks. Está compuesto por piscinas interiores y al aire libre, firmadas por el arquitecto Jean Nouvel en 2008.

El centro histórico

Poco queda del viejo Le Havre, pero vale la pena visitar la catedral de Nôtre Dame.

Su mezcla de estilos gótico, renacentista y barroco data de finales del siglo XVI.

Aunque bastante afectada por las bombas se salvó de la destrucción el Cristo crucificado que hoy en día se puede observar en una de sus paredes. A su lado hay una foto de su milagroso salvamento en 1944.

La abadía de Graville, el edificio más antiguo en Le Havre, que combina los estilos románico y gótico y la capilla gótica de Ingouville, del siglo XV, también merecen una visita. 

Por cierto, durante toda la visita a Le Havre uno podrá ir encontrandose alguno de los 50 “Gouzous”. 

Se trata de personajes sin rostro protagonistas de grafittis pintados por el artista callejero Jace en 2017. 

Se puede completar el recorrido por Le Havre con un paseo por sus Jardines Colgantes y su Jardín Japonés, situado cerca del Gran Puerto Marítimo.

También al visitar su mercado central echar un vistazo a La Maison de l Armateur, situada al frente.

Es del siglo XVIII y destaca su composición interior organizada alrededor de un pozo de luz central. Es un museo emblemático de la historia de Le Havre. 

Barrios, playas y acantilados

En el barrio de Saint-Fransois puede disfrutar una experiencia única en Le Salon des navigateurs, medio peluquería, medio museo de la marina todo combinado.

Ofrece al visitante una colección de modelos de barcos, utensilios de peluquería escenificados en tres habitaciones. 

Los amantes del windsurf y el kitesurf disponen de sus playas, propensas al viento y a las olas, uno de los destinos más populares para los enamorados de estos deportes acuáticos.

Por último, el Gran Puerto Marítimo de Le Havre es el puerto francés número uno en tráfico de contenedores y el quinto del norte de Europa.

Hay una excursión que, además de contemplar las vistas de la ciudad desde el mar, se acerca a estos portacontenedores, verdaderos colosos marinos.

A muy poca distancia, situada a apenas 30 kilómetros al norte de Le Havre está Étretat, que fue en su día refugio de artistas y nobles.

Sus acantilados de roca caliza blanca fueron elogiados por el escritor Guy de Maupassant y plasmada en óleo desde distintas tomas por numerosos pintores y de modo especial por Monet.

Su playa, enmarcada entre los acantilados de Aval y Amont, presenta los guijarros más pequeños de la costa de Alabastro, prácticamente redondos y perfectamente pulidos.

Desembarco aliado

Un poco más lejos se encuentran las playas del Desembarco de Normandía: Utah, Omaha, Gold, Juno y Sword, nombres en clave.

Esas playas ocultan tantas historias como hombres pisaron su suelo la mañana del 6 de junio de 1944. 

Como la del paracaidista norteamericano John Steele, el paracaidista estadounidense que se quedó colgado del campanario de la iglesia de Sainte-Mère-Église.

O las miles de historias de la llamada “Omaha la sangrienta” que conserva el recuerdo del enorme tributo pagado por el ejército estadounidense.

Muchos de sus miembros descansan en el cementerio de Colleville-sur-Mer, donde 9,387 cruces blancas destacan sobre el césped verde y el azul del mar.

Un carácter bien distinto tiene la playa de Trouville.

Aunque las señoras ya no están en corsé ni los caballeros con traje y corbata, la que llamaban la playa más bella de Francia en el siglo XIX sigue siendo elegante con su paseo, cabinas de baño y sombrillas multicolores. 

Boudin, Monet, Caillebotte y muchos otros pintaron preciosas escenas de comidas… en la arena.

También lo hicieron en la cercana Honfleur que, como hace 150 años, sigue siendo esa hermosa y encantadora pequeña ciudad portuaria.

Su precioso puerto está rodeado de casas de los siglos XVI a XVIII a cual más singular. 

Un edificio destaca a la entrada del muelle: la Lieutenance. Se trata de una enorme mole de piedra que sirvió como residencia del lugarteniente del Rey en el siglo XVII. 

No hay que olvidarse de visitar la deliciosa Iglesia de Santa Catalina, un precioso templo de madera de 1468.

Donde dormir

Hotel Vent d´Ovest. A pocos metros de la Iglesia de Saint Joseph y muy cerca del ayuntamiento, el volcán y la playa el hotel SPA de cuatro estrellas. Tiene un restaurante gourmet.

Donde comer

La cocina normanda destaca por sus pescados y mariscos, los carnívoros no deben dejar de probar el pato y el foie. 

Estos son algunos restaurantes destacados de la ciudad:

Chez André (9 rue Louis Philippe). Comida típica francesa en la que la opción de hacerte tu propio menú es la más adecuada.

Le Saison (Promenade de la Plage) situado en plena playa en un buen sitio para tomarse una hamburguesa, una ensalada o unos mejillones y seguir visitando la ciudad.

Le Grand Large (11 place Clémenceau, Sainte-Adresse) Con unas maravillosas vistas al mar este restaurante merece la pena ponerse las mejores galas y darse un homenaje de pescado y marisco. 

Si cuenta con algo menos de presupuesto y quiere degustar pescados a la brasa o mariscos también en Sainte-Adresse su lugar es Le Clapotis (Sentier Alphnose Karr, 76310), con unas magníficas vistas.

Tomar una copa

Y para todos aquellos que quieran tomarse una copa o una cerveza después de cenar, cerca de Le Volcan está la zona de marcha de la ciudad.

Destaca Trappist, que hará las delicias de los amantes a la cerveza, a los que costará decidirse entre uno de sus 12 grifos o una de sus más de 100 referencias de cerveza en botella.

Wellness Destiny / Texto foto: Enrique Sancho Cespedosa y Rebeca Rodríguez

Más información: Turismo de Le Havre y Atout France

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